El día que tú no ardas de amor, muchos morirán de frío.

lunes, 21 de abril de 2014

La creación

No sé cómo se inspiran los hombres para escribir ni que situaciones son para ellos las mejores cuando llevan a cabo la realización de sus “grandes obras” artísticas, aunque mis sospechas tengo al recordar las palabras que mi ...hermano, cómodamente sentando en un sillón y observando como yo sudaba con las faenas que mi madre me había encomendado, me soltaba sarcásticamente: “mi trabajo es pensar”. Entonces éramos adolescentes. Él pensaba y escribía, y además se sentía orgulloso (con razón) de su obra.

Yo barría, hacía camas, fregaba platos y escribía, y nadie en el mundo lo sabía. A él, por ser hombre, lo educaron en el credo de que pensando encontraría su futuro; a mí, por ser mujer, me educaron en la triste realidad de que servir a los demás y tener la casa como una patena me solucionaría el futuro. Lo mío no era pensar, al menos no era necesario, pero como la mujer es un ser pensante -duela a quien duela-, pues yo, pobre de mí, pensaba. Pensaba y escribía millones de palabras mentalmente mientras tendía las sabanas de la litera de arriba y quitaba las de abajo, ponía la mesa y fregaba los platos o recogía la ropa sucia y maldecía al cielo por haberme hecho la única mujer en una familia de cuatro hermanos con derecho a “pensar”. Así que, como todas las mujeres, aprendí a pensar -y a crear- teniendo las manos ocupadas. Ahora, cuando se dice que la mujer ha subido unos pocos peldaños en su igualdad con el hombre, nos preguntamos porque sigue habiendo muchísimas menos mujeres artistas que hombres.

Yo lo tengo claro, al menos conmigo misma: más de la tercera parte de mis “creaciones” se fueron con el agua sucia por el desagüe de la pila junto con los restos de las lentejas y la tortilla de patatas; mis mejores poemas acabaron en la basura mezclados con la pelusa de debajo de las camas; mis imposibles “novelas” finalizaron apestando en una bolsa en compañía de los pañales manchados de mis hijos. Y no hay remedio. Aún hoy, la inspiración me viene cuando más liada estoy con la fregona o el plumero, créanme que he escrito “verdaderas maravillas” en el brillante reflejo del suelo recién fregado, hasta la escobilla del wc sabe bien de mi genuino arte, pero cuando me siento frente al papel en blanco el único pensamiento que me queda es que demonios voy a preparar ahora para cenar. Lamentándolo mucho, Don Limpio y Cristasol son mis musos. El día que aprenda a pensar tirada en un sillón viendo como a otro le suda el culo, ese día, seré una gran escritora. Lo juro.
 

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