Me pides que
escriba una historia de dos soledades. Una historia de amor y deseo. Me pides
que cuente nuestra historia. Me pides que escriba sobre ti y sobre mí, sobre
nosotros. Ya ves, después de robarme el corazón, de jugar con mi cuerpo a tu
antojo, de infiltrarte como un espía en mis sueños, de adueñarte de mis
pensamientos, aún quieres algo más, quieres estar también en uno de mis tontos
cuentos, deseas también volverte fugazmente
inmortal en las hojas en blanco que me pertenecen.
Pero no lo
haré, no lo haré mientras no me devuelvas mi soledad diáfana y limpia, mi
soledad clara, mi soledad vacía, esa soledad que has poblado con tu ausencia y
tus silencios. Mi soledad donde ahora resuenan el eco de tu recuerdo y de tu
risa al compás del tic tac del tiempo en mi inútil espera. Te has quedado
dormido en mi soledad y ya ni siquiera ella me pertenece. Así que no lo haré,
mi amor, no escribiré sobre ti. Escribiré quizás algo sobre el hombre que no
eres, aquel que quise imaginar que eras pero que tú no eres.
El hombre que
tú no eres aparece como un suave sol en el principio de un cálido verano, me
hace el amor por vez primera y me dice al oído, antes de marcharse, que soy
maravillosa. Llama a la mañana siguiente para preguntar dulcemente si aún no lo
olvidé. Aparece por sorpresa a compartir un rápido café o por el simple placer de
besar mis labios brevemente. Envía inesperados mensajes al móvil para
recordarme que añora mis ojos y que su piel aún sigue impregnada de mi olor.
Ese que tú no
eres recorre con su boca cada centímetro de mi cuerpo, bucea hasta quedarse sin
aliento en una inagotable y entregada búsqueda de mi placer, agota los juegos
del amor en cada encuentro como si cada uno de ellos fuese el primero y el último,
fija su mirada en mí y sonríe con cada culminación del deseo… y en sus ojos leo
un llanto mudo cada vez que me alejo.
Ese que tú no
eres me trae en un loco arrebato su canción favorita de la semana para bailarla
conmigo y cantármela al oído. Me escribe un cursi y tierno poema repleto de
pasión, roba una flor en cualquier jardín para entregármela besando mi mano. Me
regala, con gran ceremonia, una pequeña pulsera de cuero envuelta con esmero en
un viejo periódico y, sobre todo, como un niño juega a hacerme sonreír.
El hombre que
tú no eres sabe cual es mi color favorito, mi sabor preferido, conoce el
perfume que uso o que no uso. Sabe si prefiero la mañana o la noche, la luna o
el sol, el frío o el calor. Sabe los terrones de azúcar que endulzan mi café y cuanta es la sal y las lágrimas que
hay en mi vida. Conoce las canciones que me hacen llorar y los chistes con los
que me carcajeo. Quiere entrar en mis sueños más locos y ser parte viva de
ellos.
Ese que tú no
eres llama con cualquier excusa para interesarse por mi trabajo, para saber si
me siento feliz o tengo uno de mis días malos, para acompañarme desde el otro
lado de la línea en mis silencios o en mis inesperadas tristezas. Corre, en
cuanto puede, a abrazarme para protegerme de las tormentas que me arrasan el
alma de cuando en cuando. Corre a mi lado si estoy enferma o siento frío. Está
conmigo cada vez que me asalta la imperiosa ansia de su piel o de sus besos.
El hombre que
tú no eres pronuncia las palabras que amo, pronuncia la palabra respeto,
corazón, amistad, complicidad, amabilidad, pasión, afinidad o poesía y borra de
su vocabulario las palabras que detesto, nunca más nombra la traición, la
mentira, la insensibilidad, la indiferencia, el egoísmo, la cobardía...
Ese que tú no
eres no está las veinticuatro horas del día conmigo, ni los siete días de la
semana, pero aún así lo siento a mi lado, protegiendo a la niña, escondida bajo
un rotundo cuerpo de mujer, de los oscuros fantasmas que la acechan. Ese que tú
no eres no duerme siempre a mi lado pero se que vela mi sueño desde su cama y me
adormezco plácidamente.
El hombre que
tú no eres quizás tampoco me ame todavía, pero estudia a fondo la geografía de
mi corazón para conocerme y quererme. Respeta mis vuelos a ningún lugar y
espera mi regreso para comprobar si volví intacta o curar mis heridas si es
necesario.
El hombre que
tú no eres se ríe conmigo y no de mí, llora conmigo y no sólo por él, se mira
en el espejo de mis ojos y no siente miedo, me entrega su corazón roto a cambio
del mío con toda confianza.
El hombre que
tú no eres es música, alegres poemas, sueños, esperanza, sonrisas, calor... Y tú
ya me enseñaste bien que nunca serás el hombre que no eres. Porque el hombre
que tú no eres fue mi sueño, mi creación, mi deseo más loco e imposible.
Así que ya
ves, tú, que has traído un viento helado en este tórrido julio, pretendes que
escriba sobre ti, que cuente nuestra historia.
Tú, que eres
hielo en el abrasador verano. Tú, que eres una historia invernal en la calina,
tendrás que esperar el cambio de estación, amor, tendrás que esperar a que
acorte el día, tendrás que esperar que vuelvan la lluvia y el frío y quizás
entonces pueda escribir sobre ti, sobre nosotros, sobre esa historia triste de
dos soledades y dos deseos que no se
encontraron en ningún punto del camino. Por que ahora eres la historia de un
corazón de hielo en la ardiente arena de mi playa, eso eres tú.