El día que tú no ardas de amor, muchos morirán de frío.

sábado, 31 de mayo de 2014

Canción de amor de la joven loca - Sylvia Plath

Cierro los ojos y el mundo muere;                                     
Levanto los párpados y nace todo nuevamente.
(Creo que te inventé en mi mente).
Las estrellas salen valseando en azul y rojo,
Sin sentir galopa la negrura:
Cierro los ojos y el mundo muere.
Soñé que me hechizabas en la cama
Cantabas el sonido de la luna, me besabas locamente.
(Creo que te inventé en mi mente).
Dios cae del cielo, las llamas del infierno se debilitan:
Escapan serafines y soldados de satán:
Cierro los ojos y el mundo muere.
Imaginé que volverías como dijiste,
Pero crecí y olvidé tu nombre.
(Creo que te inventé en mi mente).
Debí haber amado al pájaro de trueno, no a ti;
Al menos cuando la primavera llega ruge nuevamente.
Cierro los ojos y el mundo muere.
(Creo que te inventé en mi mente).

Tiempos



No puedes culparme
si el destino ordenó para mí
condición de verdugo
vidas y vidas aprendiendo
refinadas técnicas para la tortura
de la mano de los mejores maestros

Y en este tiempo electrónico
donde hasta los sueños son mecánicos
y las guerras se libran en redomas
de asépticos laboratorios
en este tiempo
donde ya no hay lugar para el potro
o la rueda y el látigo
ni siquiera para la simple horca
o la rápida guillotina

Ahora el castigo es tan sutil
apenas perceptible
hay que andar con cuidado
envenenando sueños
pisoteando eso que llamáis esperanza
mostrando todas las caras del terror
sajando corazones con afilados dientes
sin dejar ni un rastro
de la caliente sangre que nos alimenta
asesinar
asesinar cuerpos, mentes
mientras lo permita
la corta estadía de una vida

Ahora menos que nunca
puedes acusarme de nada
cuando es tan fácil confundir
victima con victimario
cuando has ablandado mi emponzoñado corazón
con eso que llamas amor
cuando tu grito retumba en mi cabeza
como un eco
uniéndose a los alaridos de dolor
de todos mis muertos anteriores
ahora
ahora cuando sé que he fracasado en mi misión
ahora que para cerrar el ciclo
por fin sé quién es la ultima victima

MUJER DE AGUA



Una silueta de mujer corta el agua limpiamente como un cuchillo, las brazadas son suaves y efectivas, los pies mantienen un rápido y sincronizado ritmo, solo la tímida boca que asoma a intervalos regulares buscando ávidamente el aire indica que es una mujer que aun vive y respira.

Es una hermosa imagen observar ese cuerpo, estilizado por años de natación y danza, atravesando incansable una y otra vez la cristalina superficie de la piscina, ese agua que acaricia como un amante cada centímetro de piel dorada, ese sol que ilumina unos fibrosos y anchos hombros. Es hermoso ver ese cuerpo enfundado en un traje de baño negro deslizándose  en completa comunión con el agua una y otra vez, un largo, viraje, otro largo, viraje, otro largo...

Para un observador cualquiera es una hermosa imagen, el silencio, la perfección, la fuerza, el todo que forma la mujer con los elementos que la rodean. Para la mujer es el refugio del agua primera, el refugio del útero del que quizás no debió salir. Es la búsqueda del camino de regreso al lugar donde no es necesario el oxigeno que la obliga a abrir los párpados día tras día, el regreso allí donde la memoria aún no es memoria. Es la huida del miedo, de la soledad, de la culpa, del amor.

La dolorosa soledad que la envuelve desde siempre, desde su primer recuerdo, la soledad que la acompaña mientras la gente se alborota por acercarse a ella, por rozarla apenas, creyendo así que se contagiarán un poco de su gracia, de su belleza, de esa mentira que empezó a crear ya no recuerda cuando y que cámaras y más cámaras plasman a cada momento en películas y papeles satinados  de elegantes publicaciones.

Si se observan bien las fotografías de esa mujer que se ha convertido en el objeto de deseo de millones de personas se puede apreciar, tras el deslumbramiento de su atractivo,  una oculta desesperación en el fondo de sus negras pupilas, la desesperación por lograr la aceptación y el amor de todos para  encontrar, al fin, la aceptación y el amor de uno. Ese uno que debe encontrarse oculto en algún lugar, y que la aceptará desnuda, asustada, sin el perfecto y aborrecido disfraz de su hermosura. El disfraz que comenzó a crear un día escudándose  de un irracional y temido desamparo y que la ha convertido en su esclava.

Ya nadie le permite abandonar ese papel, ni ella misma se lo permite, si lo hace se quedará al fin como tanto teme, sola, mas sola aún si cabe. Sola y sin el poder que le confiere su apariencia, sin el poder  para adquirir un nuevo amante joven como el que llegará esta noche o como el de ayer  o como cualquiera de los que entran en su cama noche tras noche con la esperanza de ahuyentar para siempre las pesadillas que las pueblan.

Sin ese poder, ella no será nada, jamás aprendió a ser otra cosa, solo lo que los demás quieren que sea. Alcohol, hombres... embriagada de alcohol y en los brazos de un hombre que poseerá su cuerpo como un trofeo anhelado por todos, la penetrará triunfante con un grito de victoria, lamerá su cuerpo para poder alardear después sobre el sabor de su piel, la embestirá sin piedad, y en cada embestida intentará arrebatarle un secreto que ella no conoce.  Ella hará lo que el hombre reclame, se entregará como una puta que en lugar de dinero mendigará una limosna de amor, se arrastrará a sus pies para que él la acompañe a ese territorio sombrío que la aterra y donde sospecha que se esconde la verdad que la liberará del horror de ver su propio rostro desnudo.

No puede hacerlo sola, no tiene el valor, pero el no la acompañará, nunca lo hace ninguno. Sólo ansían esa hermosa vasija que se quebrará cualquier día en brazos de otro desconocido, o abrazada a una almohada fría y empapada de llanto. Y cuando culmine la entrega de ese alma que nadie ve y que ella regala en cada abrazo, cuando las lágrimas surquen sus mejillas, él pensará con orgullo en lágrimas de placer y ella llorará en silencio por  infinitas noches perdidas.

Brazada tras brazada y dejando tras ella una estela de suave espuma se aleja de la culpa de tanta vida desperdiciada fingiendo ser lo que no es, se aleja de la culpa por esos hijos no nacidos, abandonados en la cuneta de su ambicioso camino a una falsa gloria.

Brazada tras brazada se aleja de las tristes miradas de tantos hombres solos que le suplican compartir con ellos el milagro de una felicidad que tampoco ella conoce.
Brazada tras brazada y extenuada en su huida se aleja cada vez más de la dolorosa certidumbre del temor que su propio temor despierta, del abandono que sufre cada vez que muestra su verdadera cara, la fea cara de su insoportable necesidad de amor.

Brazada tras brazada, buscando el aire que cada vez le cuesta más apresar, se aleja de los días que vendrán sin remedio y sin sorpresas, de las obligaciones que sus asistentes no tardarán en recordarle: salir del agua, enfundarse en un vestido de brillos ilusorios, sonreír resplandeciente con una boca que le amarga la lengua  con el sabor de la tristeza, caminar con ese movimiento innato que provoca en los demás una pasión que ella jamás ha sentido en su vida, escuchar  sin mostrar su desazón que se debe a eso, que es quién es gracias a los demás, al amor, a la admiración, seguirá escuchando las mentiras que la rompen por dentro poco a poco y callará.

Brazada tras brazada, se aleja, descubriendo con deleite que ya no siente el cansancio, que ya casi no necesita el aire, siente penetrar el agua en sus ojos, sus oídos, su boca, en cada poro de su piel, siente que vuelve al origen, a lo que siempre ha sido, gotas de agua, de mar, de río, de lluvia, trozos de nube, liquido inaprensible, agua de luna.

Si miras ahora el agua solo verás el brillo de una estela, verás la espuma y desearás seguirla, no sabes a donde ni te importa, la atracción te arrastrará al lugar imposible al que esa mujer llegará brazada tras brazada en su huida. Esa mujer de agua.

Quisiera Que Mi Amor Muriese - Samuel Beckett

Quisiera que mi amor muriese
y que lloviera sobre el cementerio
y las callejas por las que camino
llorando a aquella que creyó que amaba.

Viajeros



No siempre es preciso moverse del sitio, uno puede viajar tan lejos como quiera con la mente y con el corazón. Pero a veces sí es necesario buscar el paisaje más lejano y extraño posible y volar kilómetros y kilómetros entre las nubes creyendo que huyes del dolor o del tedio o que buscas algo diferente, a veces es necesario irse bien lejos para darse cuenta que en realidad el deseo que tienes ante tus ojos y no quieres reconocer es tan sencillo, tan evidente y tan tierno como que te alejas... para que alguien a quien quieres te eche de menos. 


viernes, 30 de mayo de 2014

PECES INESPERADOS - Nizar Kabbani

No te he amado hasta ahora, pero                        
la inevitable hora del amor llegará
y el mar lanzará peces inesperados
en tus pechos.

martes, 27 de mayo de 2014

NUDOS (o el foulard azul)



-          No me presiones Daniel...
-          ¿Cómo has dicho? – su cara se ha quedado cómicamente sorprendida y aunque se supone que estoy enfadada me ha dado un repentino ataque de risa. No puedo evitarlo, cuando más dolida es su expresión más difícil se me hace parar de reír.
-          Me llamo Carlos, y por favor, ¿puedes dejar de reírte como una histérica? – cualquiera diría que está a punto de echarse a llorar, así que hago un esfuerzo e intento calmarme, recomponer mi rostro.
-          Lo siento “Carlos” – le digo recalcando cada silaba - ya sé que te llamas Carlos, solo ha sido un lapsus, lo verdaderamente importante era el “no me presiones”.
-          Daniel, Daniel... - repite – creí que era pasado, ¿o es que aun no has podido olvidarlo?
-          Detrás del nombre Daniel hay un hermoso punto y final – empiezo a enfurecerme de nuevo -  ya dije que solo fue un lapsus, tal vez me estás haciendo recordar viejos tiempos con tu actitud.


Levanta la voz, se justifica, me reclama, ruega, me recrimina. No quiero herirlo, lo quiero, no quiero que nuestra vida se convierta en una batalla sin fin, así que me he dado la vuelta y miro por la ventana mientras, mecánicamente, mis manos se ocupan de los platos del desayuno. Está lloviendo, veo correr las gotas por el cristal y lo oigo hablar, oigo su voz alejarse cada vez mas... y no lo escucho. Le miento y eso me entristece, pero hay ciertas cosas que no puedo decirle, no puedo decirle que hay nombres que no son solo nombres. Hay nombres nudo. Daniel nombre. Daniel nudo. Daniel mi amor. Daniel mi enemigo.

Daniel tomando mi mano por primera vez en unos atestados grandes almacenes un sábado por la tarde. Daniel abriéndose paso entre la gente a golpes de sonrisa y arrastrándome tras él. Daniel escondiendo algo, que solo alcanzo a vislumbrar, bajo su chaqueta mientras el corazón golpea mis costillas, no sé si por el miedo a ser sorprendidos o porque en ese momento moriría de amor por él.

Los ojos de Claudia son del color del mar tras la tormenta. Y yo sé, por mucho que ella intente ocultarlo, que detrás de sus ojos está la verdadera tormenta. Por eso la amo y por eso nunca me quedaré a su lado. Ella desconoce todo el alcance de su fuerza, pero yo la siento y la temo. Y por eso la lastimo, es mi única y pobre defensa contra el ímpetu de su pasión.

Daniel riendo como un chiquillo mientras me regala, con gran ceremonia, en la puerta de los almacenes el foulard que ha robado descaradamente. Daniel recogiendo mi pelo al estilo pirata con el pañuelo, y diciendo que hace juego con mis ojos mientras besa la punta de mi nariz. Daniel gritando, levantándome en vilo, besándome apasionadamente, volteándome en medio de la calle para sorpresa y escándalo de los transeúntes. Aún no se de que color es el foulard, hasta ahora solo he tenido ojos para sus ojos.

Le regalé un pañuelo robado, podría haberlo pagado sin problema, pero sé que ella se sorprende y me admira por esas pequeñas cosas. Mi dulce y preciosa Claudia, que me cree el gran hombre imperturbable y sin prejuicios, que me imagina valiente, que me sueña libre... y no sabe como tiemblo cuando la beso, cuando la abrazo, cuando sé que la estoy perdiendo en cada acercamiento.

Daniel abriendo la puerta de su apartamento y empujándome dentro a besos. Daniel tumbándome en la cama con prisas, arrancándome la ropa sin miramientos, quitándome el pañuelo de la cabeza y cubriéndome los ojos con el. Daniel recorriendo cada rincón de mi cuerpo con su boca. Daniel colmándome de un triste e insoportable placer. Daniel amándome. Por fin, entre lagrimas, he conocido el amor de Daniel y he visto el color del foulard... es azul.

Amar a Claudia es como dejarse arrastrar a la deriva por el oleaje. Igual de hermoso e igual de temible. Amar a Claudia es la tentación de hundirse  en ese sabor a sal, en la suavidad del agua sobre la piel, en la profundidad de su cuerpo... y no emerger nunca más  a la superficie. Amar a Claudia es como  la atracción de  la nada  para el suicida. Amar a Claudia es el sabor agridulce de la vida para el condenado a muerte.

Daniel diciéndome adiós con un brillo febril en los ojos, con  la voz sin aliento, con el cansancio en las manos... alejándose por la calle con una punta del pañuelo azul asomando por un bolsillo de la chaqueta. Se lleva el foulard  y queda en mi retina y mi memoria la imagen de su espalda encorvada y su andar triste. Daniel dirigiéndose al lugar donde yo no tengo cabida, al lugar donde matará todo el amor que le he entregado. Daniel mi amor, que cree que no sé de su dolor y su miedo. Daniel mi vida, que piensa que no sé que el foulard  que ha servido para crear un nudo de amor, servirá también para hacer un nudo con la muerte...

Amo a Claudia cada segundo de mi eterno adiós. Amo la vida que hay en ella desde la oscuridad que me envuelve. Amo el aliento y la sonrisa de su boca. Amo la tristeza de su mirada. Y odio la cobardía que me apartó de ella para siempre. Mi último nudo fue con el pañuelo azul... y con la muerte.

Daniel nunca pudo volver. Hay nombres nudos, ya lo dije. Daniel creó un nudo de amor y muerte en mi con un foulard azul, un azul parecido a mis ojos.

Y es inútil que se lo intente explicar a Carlos, que con su plácida vida, con su ternura, con su cariño ha creado uno nuevo y a la medida de la vida que él me ofrece y que yo le agradezco... pero un nudo no deshace otro nudo.

NAIMA





 Abro los ojos  y la nausea me sube a la garganta, la cabeza me da vueltas y la poca luz que se filtra por  las  cortinas  me hace cerrar los párpados con fuerza. No es nada extraño, sé que esta situación no es nueva, es como un déjà vu, no sé si esta mañana es la de hoy o la de hace dos días o cinco o diez. Tampoco importa. La sensación de que mi vida se repite como un mal sueño no me abandona, y lo peor es eso, que no me importa.

Mientras me acostumbro a la luz mi mirada recorre el verde desvaído de las cortinas, la imagen de unos angelotes rollizos en la pared, un armario que no invita a abrir sus puertas, la colcha áspera tirada a los pies de la cama. Intento recordar como he llegado hasta esta vieja habitación esta vez.

Vuelvo sobre mis pasos y veo mi silueta caminando  por los callejones del viejo barrio de esta ciudad que conozco tan bien y que tanto temo. Temo ese asfalto que me engulle y me hace nadie, temo la soledad en los rostros con los que me cruzo, temo el escalofrío en esta noche de primavera.

Atravieso la puerta del local lleno de humo donde una anónima banda de músicos arranca de sus instrumentos suaves notas de jazz y el aire se impregna con la melancólica tristeza del piano, el solitario lamento del saxo... el aire se puebla de pérdidas y corazones rotos. Me siento con mi primera copa en la mano y soy una más entre toda esa gente de miradas húmedas que llenan el local esta noche y todas las noches. He venido aquí a buscar lo que nunca tuve, observo a mi alrededor e intento reconocerlo en este lugar. Sé que él amará como yo las cadencias suaves y tristes del jazz, sé que él estará envuelto en una neblina, sé que vestirá de negro.

La banda interpreta “Everytime we say goodbye”, el saxo no es Coltrane, pero nuestras miradas se cruzan y siento que las notas que arranca con su boca son para mí. Va vestido de negro y la vieja locura hace que desee con urgencia convertirme en la música que nace de esos labios. Mi deseo, tan palpable y sólido como el cristal del vaso que tengo en la mano, atraviesa el aire y entra en él. Lo sabe, sabe que dedico todas mis noches a buscarlo. Fija la vista en mí y me dedica una sonrisa con la boquilla entre los dientes. Sé lo que va a pasar y un  estremecimiento me recorre como una caricia. La pieza acaba, la actuación de esta noche termina y él se acerca con la copa en la mano, no pide permiso, simplemente se sienta y susurra un hola con voz grave y hermosa. Yo tampoco pido permiso y acerco mis dedos a sus labios y los acaricio lentamente. Sabe que estoy en sus manos, sabe que al menos por un tiempo haré lo que él desee y me dice “vamos” sin ningún atisbo de duda. Sabe que no voy a negarme, sabe que en este minuto no existe el rechazo.

Ahora son dos negras siluetas las que recorren en silencio las calles cada vez mas vacías del viejo barrio, dos desconocidos que entran en un viejo hotel como dos viejos amantes, dos solitarios que sueñan con convertir la soledad en una sola, al menos una noche, esta noche.

En la habitación nos desnudamos con prisas, no hay mucho que decir, nuestro lenguaje son las manos, las bocas, los cuerpos. Exploro cada rincón de ese cuerpo virgen para mí, busco el tesoro que sin duda esconde y lo amo como cada vez, lo amo como nunca he amado a nadie. Entra en mí y el placer me arrastra como una corriente  a ese lugar donde no existe el dolor ni el miedo, el placer me golpea como la hoja en la que me convierto, liviana, sin peso... la noche es larga y somos, al fin, los viejos amantes que no somos.

Abro los ojos  y la nausea me sube a la garganta, la cabeza me da vueltas y la poca luz que se filtra por  unas  cortinas desconocidas   me hace cerrar los párpados con fuerza. No es nada extraño, sé que esta situación no es nueva, es como un déjà vu, no sé si esta mañana es la de hoy o la de hace dos días o cinco o diez. Tampoco importa.

-          ¿Por qué no puedes amarme?
-          Te amo, pero ella es mi dueña.
-          ¿Por qué?
-          Porque ella me lleva al lugar donde no existe el dolor ni el miedo.
-          ¿Por qué no puedo llevarte yo? - las lágrimas corren por mis mejillas.
-          Porque tú me amas, me quieres vivo y la vida duele  - sus labios secan mis lágrimas y acarician suavemente los míos mientras todo el frío del mundo se derrite en una cuchara.

Hay un cuerpo dormido a mi lado en la cama, es hermoso, el pelo un poco largo, negro y lacio, los ojos oscuros, la boca carnosa, la sonrisa traviesa. No recuerdo su nombre, me lo debió decir en algún momento de esta larga noche, pero no lo recuerdo o ya lo he olvidado. Tampoco importa. Para mí solo existe un nombre, el nombre de ese que debo seguir buscando.