El día que tú no ardas de amor, muchos morirán de frío.

martes, 27 de mayo de 2014

NUDOS (o el foulard azul)



-          No me presiones Daniel...
-          ¿Cómo has dicho? – su cara se ha quedado cómicamente sorprendida y aunque se supone que estoy enfadada me ha dado un repentino ataque de risa. No puedo evitarlo, cuando más dolida es su expresión más difícil se me hace parar de reír.
-          Me llamo Carlos, y por favor, ¿puedes dejar de reírte como una histérica? – cualquiera diría que está a punto de echarse a llorar, así que hago un esfuerzo e intento calmarme, recomponer mi rostro.
-          Lo siento “Carlos” – le digo recalcando cada silaba - ya sé que te llamas Carlos, solo ha sido un lapsus, lo verdaderamente importante era el “no me presiones”.
-          Daniel, Daniel... - repite – creí que era pasado, ¿o es que aun no has podido olvidarlo?
-          Detrás del nombre Daniel hay un hermoso punto y final – empiezo a enfurecerme de nuevo -  ya dije que solo fue un lapsus, tal vez me estás haciendo recordar viejos tiempos con tu actitud.


Levanta la voz, se justifica, me reclama, ruega, me recrimina. No quiero herirlo, lo quiero, no quiero que nuestra vida se convierta en una batalla sin fin, así que me he dado la vuelta y miro por la ventana mientras, mecánicamente, mis manos se ocupan de los platos del desayuno. Está lloviendo, veo correr las gotas por el cristal y lo oigo hablar, oigo su voz alejarse cada vez mas... y no lo escucho. Le miento y eso me entristece, pero hay ciertas cosas que no puedo decirle, no puedo decirle que hay nombres que no son solo nombres. Hay nombres nudo. Daniel nombre. Daniel nudo. Daniel mi amor. Daniel mi enemigo.

Daniel tomando mi mano por primera vez en unos atestados grandes almacenes un sábado por la tarde. Daniel abriéndose paso entre la gente a golpes de sonrisa y arrastrándome tras él. Daniel escondiendo algo, que solo alcanzo a vislumbrar, bajo su chaqueta mientras el corazón golpea mis costillas, no sé si por el miedo a ser sorprendidos o porque en ese momento moriría de amor por él.

Los ojos de Claudia son del color del mar tras la tormenta. Y yo sé, por mucho que ella intente ocultarlo, que detrás de sus ojos está la verdadera tormenta. Por eso la amo y por eso nunca me quedaré a su lado. Ella desconoce todo el alcance de su fuerza, pero yo la siento y la temo. Y por eso la lastimo, es mi única y pobre defensa contra el ímpetu de su pasión.

Daniel riendo como un chiquillo mientras me regala, con gran ceremonia, en la puerta de los almacenes el foulard que ha robado descaradamente. Daniel recogiendo mi pelo al estilo pirata con el pañuelo, y diciendo que hace juego con mis ojos mientras besa la punta de mi nariz. Daniel gritando, levantándome en vilo, besándome apasionadamente, volteándome en medio de la calle para sorpresa y escándalo de los transeúntes. Aún no se de que color es el foulard, hasta ahora solo he tenido ojos para sus ojos.

Le regalé un pañuelo robado, podría haberlo pagado sin problema, pero sé que ella se sorprende y me admira por esas pequeñas cosas. Mi dulce y preciosa Claudia, que me cree el gran hombre imperturbable y sin prejuicios, que me imagina valiente, que me sueña libre... y no sabe como tiemblo cuando la beso, cuando la abrazo, cuando sé que la estoy perdiendo en cada acercamiento.

Daniel abriendo la puerta de su apartamento y empujándome dentro a besos. Daniel tumbándome en la cama con prisas, arrancándome la ropa sin miramientos, quitándome el pañuelo de la cabeza y cubriéndome los ojos con el. Daniel recorriendo cada rincón de mi cuerpo con su boca. Daniel colmándome de un triste e insoportable placer. Daniel amándome. Por fin, entre lagrimas, he conocido el amor de Daniel y he visto el color del foulard... es azul.

Amar a Claudia es como dejarse arrastrar a la deriva por el oleaje. Igual de hermoso e igual de temible. Amar a Claudia es la tentación de hundirse  en ese sabor a sal, en la suavidad del agua sobre la piel, en la profundidad de su cuerpo... y no emerger nunca más  a la superficie. Amar a Claudia es como  la atracción de  la nada  para el suicida. Amar a Claudia es el sabor agridulce de la vida para el condenado a muerte.

Daniel diciéndome adiós con un brillo febril en los ojos, con  la voz sin aliento, con el cansancio en las manos... alejándose por la calle con una punta del pañuelo azul asomando por un bolsillo de la chaqueta. Se lleva el foulard  y queda en mi retina y mi memoria la imagen de su espalda encorvada y su andar triste. Daniel dirigiéndose al lugar donde yo no tengo cabida, al lugar donde matará todo el amor que le he entregado. Daniel mi amor, que cree que no sé de su dolor y su miedo. Daniel mi vida, que piensa que no sé que el foulard  que ha servido para crear un nudo de amor, servirá también para hacer un nudo con la muerte...

Amo a Claudia cada segundo de mi eterno adiós. Amo la vida que hay en ella desde la oscuridad que me envuelve. Amo el aliento y la sonrisa de su boca. Amo la tristeza de su mirada. Y odio la cobardía que me apartó de ella para siempre. Mi último nudo fue con el pañuelo azul... y con la muerte.

Daniel nunca pudo volver. Hay nombres nudos, ya lo dije. Daniel creó un nudo de amor y muerte en mi con un foulard azul, un azul parecido a mis ojos.

Y es inútil que se lo intente explicar a Carlos, que con su plácida vida, con su ternura, con su cariño ha creado uno nuevo y a la medida de la vida que él me ofrece y que yo le agradezco... pero un nudo no deshace otro nudo.

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