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No me presiones Daniel...
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¿Cómo has dicho? – su cara se ha quedado cómicamente
sorprendida y aunque se supone que estoy enfadada me ha dado un repentino
ataque de risa. No puedo evitarlo, cuando más dolida es su expresión más
difícil se me hace parar de reír.
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Me llamo Carlos, y por favor, ¿puedes dejar de reírte
como una histérica? – cualquiera diría que está a punto de echarse a llorar,
así que hago un esfuerzo e intento calmarme, recomponer mi rostro.
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Lo siento “Carlos” – le digo recalcando cada silaba -
ya sé que te llamas Carlos, solo ha sido un lapsus, lo verdaderamente
importante era el “no me presiones”.
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Daniel, Daniel... - repite – creí que era pasado, ¿o es
que aun no has podido olvidarlo?
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Detrás del nombre Daniel hay un hermoso punto y final –
empiezo a enfurecerme de nuevo - ya dije
que solo fue un lapsus, tal vez me estás haciendo recordar viejos tiempos con
tu actitud.
Levanta la voz, se justifica, me reclama, ruega, me recrimina. No quiero herirlo, lo quiero, no quiero que nuestra vida se convierta en una batalla sin fin, así que me he dado la vuelta y miro por la ventana mientras, mecánicamente, mis manos se ocupan de los platos del desayuno. Está lloviendo, veo correr las gotas por el cristal y lo oigo hablar, oigo su voz alejarse cada vez mas... y no lo escucho. Le miento y eso me entristece, pero hay ciertas cosas que no puedo decirle, no puedo decirle que hay nombres que no son solo nombres. Hay nombres nudo. Daniel nombre. Daniel nudo. Daniel mi amor. Daniel mi enemigo.
Los ojos de Claudia son del color del mar tras la
tormenta. Y yo sé, por mucho que ella intente ocultarlo, que detrás de sus ojos
está la verdadera tormenta. Por eso la amo y por eso nunca me quedaré a su
lado. Ella desconoce todo el alcance de su fuerza, pero yo la siento y la temo.
Y por eso la lastimo, es mi única y pobre defensa contra el ímpetu de su
pasión.
Daniel riendo como un
chiquillo mientras me regala, con gran ceremonia, en la puerta de los almacenes
el foulard que ha robado descaradamente. Daniel recogiendo mi pelo al estilo
pirata con el pañuelo, y diciendo que hace juego con mis ojos mientras besa la
punta de mi nariz. Daniel gritando, levantándome en vilo, besándome
apasionadamente, volteándome en medio de la calle para sorpresa y escándalo de
los transeúntes. Aún no se de que color es el foulard, hasta ahora solo he
tenido ojos para sus ojos.
Le regalé un pañuelo robado, podría haberlo pagado
sin problema, pero sé que ella se sorprende y me admira por esas pequeñas
cosas. Mi dulce y preciosa Claudia, que me cree el gran hombre imperturbable y
sin prejuicios, que me imagina valiente, que me sueña libre... y no sabe como
tiemblo cuando la beso, cuando la abrazo, cuando sé que la estoy perdiendo en
cada acercamiento.
Daniel abriendo la
puerta de su apartamento y empujándome dentro a besos. Daniel tumbándome en la
cama con prisas, arrancándome la ropa sin miramientos, quitándome el pañuelo de
la cabeza y cubriéndome los ojos con el. Daniel recorriendo cada rincón de mi
cuerpo con su boca. Daniel colmándome de un triste e insoportable placer.
Daniel amándome. Por fin, entre lagrimas, he conocido el amor de Daniel y he
visto el color del foulard... es azul.
Amar a Claudia es como dejarse arrastrar a la deriva
por el oleaje. Igual de hermoso e igual de temible. Amar a Claudia es la
tentación de hundirse en ese sabor a
sal, en la suavidad del agua sobre la piel, en la profundidad de su cuerpo... y
no emerger nunca más a la superficie.
Amar a Claudia es como la atracción
de la nada para el suicida. Amar a Claudia es el sabor
agridulce de la vida para el condenado a muerte.
Daniel diciéndome
adiós con un brillo febril en los ojos, con
la voz sin aliento, con el cansancio en las manos... alejándose por la
calle con una punta del pañuelo azul asomando por un bolsillo de la chaqueta.
Se lleva el foulard y queda en mi retina
y mi memoria la imagen de su espalda encorvada y su andar triste. Daniel
dirigiéndose al lugar donde yo no tengo cabida, al lugar donde matará todo el
amor que le he entregado. Daniel mi amor, que cree que no sé de su dolor y su
miedo. Daniel mi vida, que piensa que no sé que el foulard que ha servido para crear un nudo de amor,
servirá también para hacer un nudo con la muerte...
Amo a Claudia cada segundo de mi eterno adiós. Amo
la vida que hay en ella desde la oscuridad que me envuelve. Amo el aliento y la
sonrisa de su boca. Amo la tristeza de su mirada. Y odio la cobardía que me
apartó de ella para siempre. Mi último nudo fue con el pañuelo azul... y con la
muerte.
Daniel nunca pudo
volver. Hay nombres nudos, ya lo dije. Daniel creó un nudo de amor y muerte en
mi con un foulard azul, un azul parecido a mis ojos.
Y es inútil que se
lo intente explicar a Carlos, que con su plácida vida, con su ternura, con su
cariño ha creado uno nuevo y a la medida de la vida que él me ofrece y que yo
le agradezco... pero un nudo no deshace otro nudo.
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