El día que tú no ardas de amor, muchos morirán de frío.

sábado, 31 de mayo de 2014

MUJER DE AGUA



Una silueta de mujer corta el agua limpiamente como un cuchillo, las brazadas son suaves y efectivas, los pies mantienen un rápido y sincronizado ritmo, solo la tímida boca que asoma a intervalos regulares buscando ávidamente el aire indica que es una mujer que aun vive y respira.

Es una hermosa imagen observar ese cuerpo, estilizado por años de natación y danza, atravesando incansable una y otra vez la cristalina superficie de la piscina, ese agua que acaricia como un amante cada centímetro de piel dorada, ese sol que ilumina unos fibrosos y anchos hombros. Es hermoso ver ese cuerpo enfundado en un traje de baño negro deslizándose  en completa comunión con el agua una y otra vez, un largo, viraje, otro largo, viraje, otro largo...

Para un observador cualquiera es una hermosa imagen, el silencio, la perfección, la fuerza, el todo que forma la mujer con los elementos que la rodean. Para la mujer es el refugio del agua primera, el refugio del útero del que quizás no debió salir. Es la búsqueda del camino de regreso al lugar donde no es necesario el oxigeno que la obliga a abrir los párpados día tras día, el regreso allí donde la memoria aún no es memoria. Es la huida del miedo, de la soledad, de la culpa, del amor.

La dolorosa soledad que la envuelve desde siempre, desde su primer recuerdo, la soledad que la acompaña mientras la gente se alborota por acercarse a ella, por rozarla apenas, creyendo así que se contagiarán un poco de su gracia, de su belleza, de esa mentira que empezó a crear ya no recuerda cuando y que cámaras y más cámaras plasman a cada momento en películas y papeles satinados  de elegantes publicaciones.

Si se observan bien las fotografías de esa mujer que se ha convertido en el objeto de deseo de millones de personas se puede apreciar, tras el deslumbramiento de su atractivo,  una oculta desesperación en el fondo de sus negras pupilas, la desesperación por lograr la aceptación y el amor de todos para  encontrar, al fin, la aceptación y el amor de uno. Ese uno que debe encontrarse oculto en algún lugar, y que la aceptará desnuda, asustada, sin el perfecto y aborrecido disfraz de su hermosura. El disfraz que comenzó a crear un día escudándose  de un irracional y temido desamparo y que la ha convertido en su esclava.

Ya nadie le permite abandonar ese papel, ni ella misma se lo permite, si lo hace se quedará al fin como tanto teme, sola, mas sola aún si cabe. Sola y sin el poder que le confiere su apariencia, sin el poder  para adquirir un nuevo amante joven como el que llegará esta noche o como el de ayer  o como cualquiera de los que entran en su cama noche tras noche con la esperanza de ahuyentar para siempre las pesadillas que las pueblan.

Sin ese poder, ella no será nada, jamás aprendió a ser otra cosa, solo lo que los demás quieren que sea. Alcohol, hombres... embriagada de alcohol y en los brazos de un hombre que poseerá su cuerpo como un trofeo anhelado por todos, la penetrará triunfante con un grito de victoria, lamerá su cuerpo para poder alardear después sobre el sabor de su piel, la embestirá sin piedad, y en cada embestida intentará arrebatarle un secreto que ella no conoce.  Ella hará lo que el hombre reclame, se entregará como una puta que en lugar de dinero mendigará una limosna de amor, se arrastrará a sus pies para que él la acompañe a ese territorio sombrío que la aterra y donde sospecha que se esconde la verdad que la liberará del horror de ver su propio rostro desnudo.

No puede hacerlo sola, no tiene el valor, pero el no la acompañará, nunca lo hace ninguno. Sólo ansían esa hermosa vasija que se quebrará cualquier día en brazos de otro desconocido, o abrazada a una almohada fría y empapada de llanto. Y cuando culmine la entrega de ese alma que nadie ve y que ella regala en cada abrazo, cuando las lágrimas surquen sus mejillas, él pensará con orgullo en lágrimas de placer y ella llorará en silencio por  infinitas noches perdidas.

Brazada tras brazada y dejando tras ella una estela de suave espuma se aleja de la culpa de tanta vida desperdiciada fingiendo ser lo que no es, se aleja de la culpa por esos hijos no nacidos, abandonados en la cuneta de su ambicioso camino a una falsa gloria.

Brazada tras brazada se aleja de las tristes miradas de tantos hombres solos que le suplican compartir con ellos el milagro de una felicidad que tampoco ella conoce.
Brazada tras brazada y extenuada en su huida se aleja cada vez más de la dolorosa certidumbre del temor que su propio temor despierta, del abandono que sufre cada vez que muestra su verdadera cara, la fea cara de su insoportable necesidad de amor.

Brazada tras brazada, buscando el aire que cada vez le cuesta más apresar, se aleja de los días que vendrán sin remedio y sin sorpresas, de las obligaciones que sus asistentes no tardarán en recordarle: salir del agua, enfundarse en un vestido de brillos ilusorios, sonreír resplandeciente con una boca que le amarga la lengua  con el sabor de la tristeza, caminar con ese movimiento innato que provoca en los demás una pasión que ella jamás ha sentido en su vida, escuchar  sin mostrar su desazón que se debe a eso, que es quién es gracias a los demás, al amor, a la admiración, seguirá escuchando las mentiras que la rompen por dentro poco a poco y callará.

Brazada tras brazada, se aleja, descubriendo con deleite que ya no siente el cansancio, que ya casi no necesita el aire, siente penetrar el agua en sus ojos, sus oídos, su boca, en cada poro de su piel, siente que vuelve al origen, a lo que siempre ha sido, gotas de agua, de mar, de río, de lluvia, trozos de nube, liquido inaprensible, agua de luna.

Si miras ahora el agua solo verás el brillo de una estela, verás la espuma y desearás seguirla, no sabes a donde ni te importa, la atracción te arrastrará al lugar imposible al que esa mujer llegará brazada tras brazada en su huida. Esa mujer de agua.

No hay comentarios:

Publicar un comentario