El día que tú no ardas de amor, muchos morirán de frío.

martes, 27 de mayo de 2014

NAIMA





 Abro los ojos  y la nausea me sube a la garganta, la cabeza me da vueltas y la poca luz que se filtra por  las  cortinas  me hace cerrar los párpados con fuerza. No es nada extraño, sé que esta situación no es nueva, es como un déjà vu, no sé si esta mañana es la de hoy o la de hace dos días o cinco o diez. Tampoco importa. La sensación de que mi vida se repite como un mal sueño no me abandona, y lo peor es eso, que no me importa.

Mientras me acostumbro a la luz mi mirada recorre el verde desvaído de las cortinas, la imagen de unos angelotes rollizos en la pared, un armario que no invita a abrir sus puertas, la colcha áspera tirada a los pies de la cama. Intento recordar como he llegado hasta esta vieja habitación esta vez.

Vuelvo sobre mis pasos y veo mi silueta caminando  por los callejones del viejo barrio de esta ciudad que conozco tan bien y que tanto temo. Temo ese asfalto que me engulle y me hace nadie, temo la soledad en los rostros con los que me cruzo, temo el escalofrío en esta noche de primavera.

Atravieso la puerta del local lleno de humo donde una anónima banda de músicos arranca de sus instrumentos suaves notas de jazz y el aire se impregna con la melancólica tristeza del piano, el solitario lamento del saxo... el aire se puebla de pérdidas y corazones rotos. Me siento con mi primera copa en la mano y soy una más entre toda esa gente de miradas húmedas que llenan el local esta noche y todas las noches. He venido aquí a buscar lo que nunca tuve, observo a mi alrededor e intento reconocerlo en este lugar. Sé que él amará como yo las cadencias suaves y tristes del jazz, sé que él estará envuelto en una neblina, sé que vestirá de negro.

La banda interpreta “Everytime we say goodbye”, el saxo no es Coltrane, pero nuestras miradas se cruzan y siento que las notas que arranca con su boca son para mí. Va vestido de negro y la vieja locura hace que desee con urgencia convertirme en la música que nace de esos labios. Mi deseo, tan palpable y sólido como el cristal del vaso que tengo en la mano, atraviesa el aire y entra en él. Lo sabe, sabe que dedico todas mis noches a buscarlo. Fija la vista en mí y me dedica una sonrisa con la boquilla entre los dientes. Sé lo que va a pasar y un  estremecimiento me recorre como una caricia. La pieza acaba, la actuación de esta noche termina y él se acerca con la copa en la mano, no pide permiso, simplemente se sienta y susurra un hola con voz grave y hermosa. Yo tampoco pido permiso y acerco mis dedos a sus labios y los acaricio lentamente. Sabe que estoy en sus manos, sabe que al menos por un tiempo haré lo que él desee y me dice “vamos” sin ningún atisbo de duda. Sabe que no voy a negarme, sabe que en este minuto no existe el rechazo.

Ahora son dos negras siluetas las que recorren en silencio las calles cada vez mas vacías del viejo barrio, dos desconocidos que entran en un viejo hotel como dos viejos amantes, dos solitarios que sueñan con convertir la soledad en una sola, al menos una noche, esta noche.

En la habitación nos desnudamos con prisas, no hay mucho que decir, nuestro lenguaje son las manos, las bocas, los cuerpos. Exploro cada rincón de ese cuerpo virgen para mí, busco el tesoro que sin duda esconde y lo amo como cada vez, lo amo como nunca he amado a nadie. Entra en mí y el placer me arrastra como una corriente  a ese lugar donde no existe el dolor ni el miedo, el placer me golpea como la hoja en la que me convierto, liviana, sin peso... la noche es larga y somos, al fin, los viejos amantes que no somos.

Abro los ojos  y la nausea me sube a la garganta, la cabeza me da vueltas y la poca luz que se filtra por  unas  cortinas desconocidas   me hace cerrar los párpados con fuerza. No es nada extraño, sé que esta situación no es nueva, es como un déjà vu, no sé si esta mañana es la de hoy o la de hace dos días o cinco o diez. Tampoco importa.

-          ¿Por qué no puedes amarme?
-          Te amo, pero ella es mi dueña.
-          ¿Por qué?
-          Porque ella me lleva al lugar donde no existe el dolor ni el miedo.
-          ¿Por qué no puedo llevarte yo? - las lágrimas corren por mis mejillas.
-          Porque tú me amas, me quieres vivo y la vida duele  - sus labios secan mis lágrimas y acarician suavemente los míos mientras todo el frío del mundo se derrite en una cuchara.

Hay un cuerpo dormido a mi lado en la cama, es hermoso, el pelo un poco largo, negro y lacio, los ojos oscuros, la boca carnosa, la sonrisa traviesa. No recuerdo su nombre, me lo debió decir en algún momento de esta larga noche, pero no lo recuerdo o ya lo he olvidado. Tampoco importa. Para mí solo existe un nombre, el nombre de ese que debo seguir buscando.

No hay comentarios:

Publicar un comentario