La
última vez que me honraste con tu
urgente amor, ay mi insaciable,
quedé
sobre todo prendada de tus nuevos zapatos beige.
Me
gustan tus zapatos, te dije con la boca abierta como una boba.
Me
gusta que te gusten, dijiste mientras los anudabas con un lazo perfecto.
No me
percaté del sibilino aviso en mi sincera admiración por tus zapatos,
no
adiviné que todo mi futuro sería estar, pequeñita , pequeñita,
pegada
a la suela de tu zapato derecho.
La
última vez que me abrazaste entre tus cálidos brazos, ay mi tramposo,
me
dijiste sin palabras algo que siempre sospeché,
que no
era la mujer perfecta para ti, que no era la mujer.
Con la
frente apoyada en tu pecho y sin que tú lo vieses, dos lagrimones
patinaron
por mi cara y aterrizaron en tus bonitos zapatos beige.
No pude
más que pensar que no estaría tan mal vivir toda mi vida, pequeñita, pequeñita
pegada
a la suela de tu zapato derecho.
La
última vez que tropecé contigo accidentalmente, ay mi bruto,
corrí
hacia ti en busca de tus labios, de tu cuello, de tu axila, de tu olor.
Pero
tu, cegado como la bestia a la caza de su ideal de hembra en celo,
no
reparaste en mí, ni en la alargada sombra con los brazos alzados para ti.
De un
salvaje empujón me derribaste y no oíste ni mi alarido de dolor. Aturdida,
no
alcancé a evitar el tremendo pisotón que me dejó, pequeñita, pequeñita,
pegada
a la suela de tu zapato derecho.
La
última vez que salimos juntos los dos a pasear, ay mi impasible,
yo era
feliz custodiándote con disimulo bajo tus modernos zapatos beige.
Caminamos
y caminamos por calles oscuras tras mujeres hermosas, y aunque
ignorabas
mi presencia, yo agarraba los cordones de tus zapatos con mis menudas manitas
y
cabalgaba en tu empeine silbando gozosa al ritmo de tus resueltas pisadas.
No sabes
la dicha que sentí de ser por una vez tu compañera, pequeñita, pequeñita,
pegada
a la suela de tu zapato derecho.
La
última vez que te calzaste tus limpios zapatos beige conmigo abajo, ay mi
infiel,
presentí
temblorosa que sería nuestro último viaje juntos. Con tristeza, lo deduje
al
observar por el rabillo de mi ojito como estrenabas un ajustado y sexy slip.
Al
husmear con mi aplastada naricita un perfume extraño para mi, supe, que al fin,
habías
encontrado a la mujer perfecta para ti, a la mujer.
No
imaginas como dolió saber que no estaría mucho más, pequeñita, pequeñita
pegada
a la suela de tu zapato derecho.
La
última vez que llamaste a una puerta con tus relucientes zapatos beige, ay mi
descarriado,
escuché
con horror la voz de una diligente mujercita gritando que limpiases tus pies.
Frotaste
con fuerza tus zapatos sobre el felpudo asqueroso donde me quedé tirada, y
mientras yo peleo entre polvo y ácaros, tú, en una impoluta cocina, comes
comida caliente
que te
calienta para la mujercita que calienta la comida caliente que te calienta .
No
sabes ahora de mi frío, ni del sueño de volver a estar algún día, pequeñita,
pequeñita,
pegada
a la suela de tu zapato derecho.
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