Es confuso recordar cuando empiezas a amanecer insomne extrañando
momentos, echando de menos no sabes ya exactamente qué o a quién. Hay un vacío
al que es difícil ponerle nombre, pero no por ello es menos lacerante ese
desierto. Quizás extrañas el tiempo en que el corazón se aceleraba al
transgredir, no ya sólo las normas impuestas, sino la vida inconsciente. Lo
extrañas, al igual que esos quiméricos sueños que ya no tienes ni dormido ni
despierto, esa esperanza, esos arriesgados juegos que en verdad no lo eran
tanto, lo sabes hoy que la veda se ha levantado para casi todo y,
paradójicamente, los muros se han tornado infranqueables. O tal vez, intentar
pasar al otro lado se vuelve fatigoso con el corazón y los brazos tan cansados
de miles de defensas y ataques. Sí, hoy sigo dando vueltas y vueltas por el
mundo, pero el mundo no entra en mi, no lo permito, es prohibido, al igual que
te proteges mirando la lluvia a través del cristal, sin mojarte.
Una bruma cubre esa época cuando lo prohibido era fruto
jugoso y perseguir la tentación enseñando los dientes desafiantes te hacía
sentir inmune al peligro, a la autoridad, a la muerte… y quizás lo eras; es lo
hermoso de no saber que realmente existe lo imposible y que prohibido, en
realidad, no hay más que lo que te niegas a ti mismo. Desobedecer pautas,
principios, inconfesables deseos incluso, es mucho más simple que acatar las
órdenes de nuestro propio e implacable tirano.
Hoy, cuando en cualquier recodo del camino has arrojado las armas y te
has declarado vencido para cambiar lo incambiable, cuando ya no te importa qué
será de mañana porque sabes que la vida tiene la respuesta escrita desde
siempre, hoy, en otro de los ya innumerables amaneceres insomnes, miras al
techo descascarillado y te preguntas desde que eternidad ya no lloras, no
esperas, no sueñas, no amas, no bailas… te
preguntas cuando el miedo al verdadero peligro se adueñó de ti y prohibiste
a tu corazón todos y cada uno de sus más fuertes anhelos.
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