Desde el primer instante, en el
primer roce
los dedos encajaron correctos como
piezas de puzzle,
nueve inviernos ya que los alientos
se enlazaron
y aprendimos juntos el lenguaje
de los peces,
compitiendo a contener el aire, bajo
el agua,
sobre el agua, día y noche,
lustro a lustro
en una ofensiva perdida de
antemano
Fue antes la belleza de una pasión
condenada,
preludio de un rencor afligido y exasperado
fue un abandono chapucero, un
olvido quimérico,
en el ensueño los peces nos reclamaban
todavía
mientras jugábamos, entre las
lindes de dos mundos,
a reconocernos torpes y a ciegas en
el escondrijo
de otras pieles, otros ojos, otros
hálitos
Caímos y nos alzamos, mudamos pelo
y anhelos,
quemamos todos los puentes, ya lo
sabes,
menos ese, amor mío, en el que
nos encontramos,
cada tanto nos reinventamos a la
orilla del Tíber,
sorprendiéndonos en el idioma de
los peces
nos reembolsamos jadeos aplazados,
caricias,
regocijos, el tiempo fugitivo cada vez más precioso
Cesada toda certidumbre, hoy reclamo
beberte y
aplacar mi ansia de veneno, de desvarío,
de verdad,
ceder a tu arrebato y desvelar el
tormento, rozar apenas
la silueta de esa muerte que
desafías arrogante.
En busca de la belleza y el amor,
el páramo reposado
no me descubre
la humanidad del prometido paraíso.
Desahuciada del mar, lloro por la
lengua muerta de los peces.